Se establece una lucha por la supervivencia, rivalizando con los individuos de exactamente la misma población por los recursos. Esos organismos que tengan letras y números más provechosos van a poder sobrevivir mejor y tener más posibilidad de que estos caracteres se transmitan a su descendencia. Los individuos con caracteres menos favorables para un determinado ámbito tendrán más dificultades para vivir y tener descendencia. Los individuos de una misma especie tienen pequeñas diferencias o variantes entre ellos, como la coloración, el tamaño, habilidad para obtener alimento, etcétera. La selección natural actúa sobre esta variabilidad de los individuos de una población. La monumental obra de Darwin se consolidó gracias a los descubrimientos en diversos campos de la ciencia, de forma que hoy podemos decir que la evolución de las especies es un hecho tan comprobado como que la Tierra orbita alrededor del Sol.

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José Manuel Sánchez Ron es catedrático de Historia de la Ciencia en la Universidad Autónoma de La capital de españa. Miembro de la Real Academia De españa, es asimismo académico correspondiente de la Real Academia de Ciencias Precisas, Físicas y Naturales y de la Académie Internationale d\’Histoire des Sciences de París. Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial y creador de múltiples libros de divulgación. Esta obra está bajo una licencia internacional Creative Commons Atribución 4.0.

Wallace, El «otro» Descubridor De La Evolución

Su interés por la biogeografía lo llevó a transformarse en uno de los primeros científicos en proponer el inconveniente del impacto ambiental de las actividades humanas. También, fue un prolífico escritor, publicando obras sobre temas científicos y sociales. Sus vivencias en Indonesia y Malasia fueron narradas en “The Malay Archipelago”, entre los diarios de exploración más populares y también predominantes que se han anunciado en el siglo XIX. Le agradezco bastante su carta del 10 de octubre desde Célebes, que he recibido hace pocos días […]. Por su carta e incluso mucho más por su producto en Annals, de hace un año o más, puedo ver con claridad que hemos planeado de manera parecida y en alguna medida llegado a conclusiones similares. Este verano hará veinte años (¡) que comencé mi primer cuaderno de notas sobre la cuestión de cómo y de qué forma las especies y variedades se distinguen unas de otras.

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Wallace expuso que todos y cada uno de los humanos tienen los mismos poderes mentales, si bien en varias sociedades no se utilicen (se creía que muchas etnias «salvajes» apenas podían contar; aunque, según Wallace, tenían exactamente las mismas habilidades matemáticas que el resto razas). Suponiendo que los «salvajes» modernos viviesen un modo de vida similar al de nuestros primitivos ancestros, la selección natural sería incapaz de desarrollar esos poderes superiores en nuestros ancestros, pues solo puede accionar sobre las facultades que se utilizan verdaderamente. En consecuencia, Wallace defendió que algún poder sobrehumano debía haber intervenido en las últimas etapas de la evolución humana para generar los poderes mentales y espirituales superiores de los que depende la civilización y la cultura modernas.

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Las de cuello largo, en cambio, tenían una virtud respecto a las otras, se reproducían con mucho más facilidad y los descendientes tenían el cuello largo. A pesar de que los científicos de la temporada eran siendo conscientes de que la evolución era un hecho, en tanto que el registro fósil mostraba evidencias de formas de vida que no existían, ignoraban de qué forma se había producido. Exhausto y enfermo, 4 años después del comienzo de la aventura decidió regresar a casa.

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Octavo de nueve hermanos, Wallace nació en País de Gales, el 8 de enero de 1823. Las estrecheces económicas familiares le obligaron a dejar la escuela a los 14 años para ir a vivir con su hermano mayor, William, quien le enseñó el oficio de agrimensor. Aprendió topografía, geometría, diseño de inmuebles y otras materias que le resultarían valiosísimas en sus expediciones futuras. “Dudo si he tenido una particular aptitud para la biología, pero tengo un amor natural por la clasificación y un deseo inseparable de explicar cosas…”, declaraba Wallace a la revista Popular Science Monthly en 1903. Las condiciones ambientales hicieron que las que tenían el cuello más corto tuvieran mucho más dificultades para subsistir y tener descendencia.

Llamó a la nacionalización del país (es decir, que todo el país perteneciera al estado en lugar de a individuos privados), se opuso a la vacuna de la viruela y quedó en ridículo al verse implicado en un juicio con un defensor de la teoría de la tierra plana. En parte por estas actividades, siempre y en todo momento fue tratado como un advenedizo por la red social científica y no fue capaz de conseguir un puesto profesional. Tras su vuelta a Inglaterra, vivió del dinero que ganaba escribiendo y corrigiendo los escritos de investigación de los tutoriales que impartían otros científicos. Finalmente, Darwin dirigió una campaña para lograr que Wallace lograra una pequeña pensión del gobierno y esto le dejó vivir con comodidad ya en su vejez. Wallace también fue entre los pensadores evolucionistas mucho más relevantes de su temporada y efectuó múltiples aportes al avance de la teoría de la evolución aparte de haber codesarrollado el término de selección natural.

“Sus ideas son hoy un estímulo para buscar las alternativas de organización popular sostenibles y justas que son tan primordiales”. Darwin consultó a Lyell y al botanista Joseph Hooker, quienes eligieron enseñar las dos ediciones de la teoría, adjuntado con otros documentos de Darwin, en la reconocida Sociedad Linneana en 1858. George Beccaloni piensa que “es un caso sin precedentes en la narración de la ciencia. No sólo han publicado el artículo de Wallace sin su permiso sino además brindaron prioridad al nombre y el trabajo de Darwin para que este no saliese perdiendo. Tuvieron suerte de que Wallace se alegrara de la publicación”, si bien no tuvo oportunidad de corregir el documento por adelantado.

En este momento semeja que pensaba que había habido intervenciones sobrenaturales en numerosos puntos del avance de la vida, cada una encaminando el curso de la evolución en la dirección que señala la humanidad. Para Wallace, la humanidad era realmente un producto exclusivo del plan divino que ha dirigido toda la narración de la vida en la Tierra. “Es nuestro deber ética hacer todo lo que esté en nuestras manos para seguir en el avance social de la raza con el objetivo de alcanzar el propósito que el Creador nos ha marcado”. De esta manera, Wallace anticipó una posición que se ha hecho común y corriente entre los creyentes religiosos modernos que están dispuestos para aceptar la idea general de evolución.

Así, Wallace tiene derecho importante a ser recordado como un científico, aun si limitamos la importancia del primer informe que escribió apresuradamente sobre la selección natural. Pero si nos fijamos en su vida y su trayectoria más detenidamente, es simple ver por qué no obtuvo el mismo nivel de prominencia que Darwin en vida. Darwin procedía de una familia acaudalada e interactuó sin problemas con la élite científica actualmente. De hecho, ahora había creado un cuerpo sustancial de publicaciones antes de redactar El origen de las especies.

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Charles Darwin, tras efectuar una expedición científica de cinco años de duración por todo el mundo, y de observar meticulosamente la flora y fauna de los lugares que visitó, realizó una teoría sobre el origen de las especies y su evolución, la teoría de la selección natural. El naturalista inglés Hables Darwin estudió medicina en la Facultad de Edimburgo y biología en la Facultad de Cambridge. De 1831 a 1836 realizó un viaje por América del Sur y las islas del Pacífico dentro del Beagle.

Es en su visión de la religión donde observamos la raza humana –y excentricidad– de Wallace con mayor claridad. Aunque a lo largo de muchos años insistió en que la selección natural era el único mecanismo de la evolución animal, no era un materialista. Siempre creyó que la naturaleza era el producto de una sabiduría sobrehumano que había creado el cosmos para alcanzar un fin moral por medio de la aparición y la perfección de la humanidad. Por lo visto, fue capaz de reconciliar su postura con su afirmación de que la selección natural era el único mecanismo de evolución animal. Pero a fines de la década de los sesenta, ya albergaba dudas sobre la capacidad del mecanismo de selección para explicar los orígenes de los poderes mentales y morales superiores de los humanos.

Wallace insistió en que los cambios anatómicos producidos por el esfuerzo y el ejercicio no se podían heredar (anticipándose de hecho a la posición de los genetistas modernos). Se realizó conocido como «neodarwiniano» por estar más comprometido con la teoría de la selección que nuestro Darwin. Hacia el final de su historia, Wallace entró en el enfrentamiento sobre la oportunidad de vida extraterrestre. Este fue el período en el que las visualizaciones de los supuestos «canales» en Marte llevaron a mucha especulación sobre la posibilidad de vida en otros planetas. Wallace insistió en que no existían pruebas de que hubiera extraterrestres y defendió con argumentos astronómicos un tanto dudosos que la Tierra era, con toda seguridad, el único planeta en el cosmos en el que se podían haber creado maneras de vida superiores. En su último libro, El planeta de la vida, de 1911, abandonó su visión previo de que la evolución de los animales hasta el nivel de nuestros ancestros prehumanos se produjo únicamente por selección natural.